Gustav Ilich Ivanóvic, junto con otros seis tripulantes del U-R345, está en órbita. Para una reparación mecánica ha salido de la nave. En la inmensidad se hunde lentamente como grano que se cierne. Poco a poco, se disuelve entre la oscuridad espesa como grasa.
De pronto, el cordón que lo unía a la cabina se desprende; la nave lo pierde irremediablemente. Gustav tiembla; ha quedado infinito y solo, errático.
Otro cordón lo liga entonces. El astronauta se ovilla. El abismo se hende. Gustav Ilich Ivanóvic se acobarda... ha comenzado a nacer.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Si porque tu nombre es un escándalo
Si porque tu nombre es un escándalo,
Se detienen las olas
Y reniegan los vientos…
Hacen humos los fuegos y escuchan tu nombre
Todos hemos esperado tu presencia
Y nos hemos hecho a la idea de tu nombre
…
Pero ninguno
Ninguno…
A la de tu ausencia.
Dijo alguien que conoció la leyenda que te corre rastro atrás de tu paso
“Yo
Hice tu paso leyenda
Y ahora sea la mejor canción sobre los hombros que dilapidas
Caigan en tu cabeza
Las noches que más vayas a disfrutar
Y tengas la memoria nítida
… para acordarte de mí”.
Se detienen las olas
Y reniegan los vientos…
Hacen humos los fuegos y escuchan tu nombre
Todos hemos esperado tu presencia
Y nos hemos hecho a la idea de tu nombre
…
Pero ninguno
Ninguno…
A la de tu ausencia.
Dijo alguien que conoció la leyenda que te corre rastro atrás de tu paso
“Yo
Hice tu paso leyenda
Y ahora sea la mejor canción sobre los hombros que dilapidas
Caigan en tu cabeza
Las noches que más vayas a disfrutar
Y tengas la memoria nítida
… para acordarte de mí”.
Las palabras que tengo en la boca
Las palabras que tengo en la boca,
Forma más falsa de la voz que escucho sobre el mar,
Son el margen sólo, son tampoco lo que no quiero decir
La voz mía de un yo en ello
Lo que hay de mí en las formas
Sobre ciertos animales
Sobre el hombro de mis personas.
Hay cosas que se dicen con los labios de cera…
Hay cosas que son con sus brazos
Con la manera de caminar
Y de comprar un pedazo de pan.
Hay que decir de esos mares que les habitan
En las sienes
En los sombreros
En las manos siempre a punto de explotar
Hay que decir de ése y cada uno de lo que somos todos en uno solo…
Forma más falsa de la voz que escucho sobre el mar,
Son el margen sólo, son tampoco lo que no quiero decir
La voz mía de un yo en ello
Lo que hay de mí en las formas
Sobre ciertos animales
Sobre el hombro de mis personas.
Hay cosas que se dicen con los labios de cera…
Hay cosas que son con sus brazos
Con la manera de caminar
Y de comprar un pedazo de pan.
Hay que decir de esos mares que les habitan
En las sienes
En los sombreros
En las manos siempre a punto de explotar
Hay que decir de ése y cada uno de lo que somos todos en uno solo…
De la nube de ser mis ojos
De la nube de ser mis ojos
Bajaste al vientre que te abraza
Sangre de una flor
Como la fuente que eres,
Como lo tuyo que tengo
Y lo mío que te di
Toda eres luz luciérnaga de tu alma
Botoncito púrpura
Nombrecito nuevo,
Dientes míos de sonreír;
Aliento de Dios que me alienta
Dime tu voz tu nombre
Granito de maíz:
Cuatro manos harán tu cuna
Y la cuna en que te mires.
Soy tu papá:
Carpintero y campesino
Es tu mamá: La tierra en la que naces
Y ambos el árbol que alimentas,
Como yo soy en ustedes
Tú
Niña única
Eres tú
Tu mamá y yo.
Bajaste al vientre que te abraza
Sangre de una flor
Como la fuente que eres,
Como lo tuyo que tengo
Y lo mío que te di
Toda eres luz luciérnaga de tu alma
Botoncito púrpura
Nombrecito nuevo,
Dientes míos de sonreír;
Aliento de Dios que me alienta
Dime tu voz tu nombre
Granito de maíz:
Cuatro manos harán tu cuna
Y la cuna en que te mires.
Soy tu papá:
Carpintero y campesino
Es tu mamá: La tierra en la que naces
Y ambos el árbol que alimentas,
Como yo soy en ustedes
Tú
Niña única
Eres tú
Tu mamá y yo.
Cada treinta y dos pasos un escalón…
Cada treinta y dos pasos un escalón…
En alguna parte dentro del cubo
Vago
Entre los seis lados golpeando
Me
Ojos
Una manta líquida negra
Sobre la que se hace cielo
Vengo y viene un señor caminando
Y alguna vez pega
Arriba
A los lados
Al frente y atrás
Sin lazarillo…
Afuera, cada treinta y dos segundos un enorme gigante bate un cubo inmenso.
Dulcemente
Sonríe…
En alguna parte dentro del cubo
Vago
Entre los seis lados golpeando
Me
Ojos
Una manta líquida negra
Sobre la que se hace cielo
Vengo y viene un señor caminando
Y alguna vez pega
Arriba
A los lados
Al frente y atrás
Sin lazarillo…
Afuera, cada treinta y dos segundos un enorme gigante bate un cubo inmenso.
Dulcemente
Sonríe…
Quien te invoca
Quien te invoca
Hace cruces el pecho
Y se va a la milpa
A ver jilotear la tierra
A ser testigo de la forma de tus milpas
Como quien es campesino
Y te cultiva
Señora tierra.
Ahora nube alguna se acerca
Todas en tu allende
Todas en tu plexo
Tierra que ya
No conozco
Ahora
Porque ya no estás allí
Y solamente me quedé en la taquilla
Por el boleto que no había
No eres la que hoy;
Me saco el sombrero, y
Con el paño limpio el canto, el cintillo;
Y pienso
En el monte que eras
En la nube que eras;
En la lluvia que afuera nos gritaba y que también eras.
Me queda el sol
Llano
Limpio
El horizonte como una inmensa posibilidad
Un enorme distancia
Una igual a la idea del vacío…
Hace cruces el pecho
Y se va a la milpa
A ver jilotear la tierra
A ser testigo de la forma de tus milpas
Como quien es campesino
Y te cultiva
Señora tierra.
Ahora nube alguna se acerca
Todas en tu allende
Todas en tu plexo
Tierra que ya
No conozco
Ahora
Porque ya no estás allí
Y solamente me quedé en la taquilla
Por el boleto que no había
No eres la que hoy;
Me saco el sombrero, y
Con el paño limpio el canto, el cintillo;
Y pienso
En el monte que eras
En la nube que eras;
En la lluvia que afuera nos gritaba y que también eras.
Me queda el sol
Llano
Limpio
El horizonte como una inmensa posibilidad
Un enorme distancia
Una igual a la idea del vacío…
He buscado entre la palabra tu aliento
He buscado entre la palabra tu aliento
En tu aliento el abrazo
Y en tu brazo mi fuerza
Y doy tumbos y tumbas
Muerto por las noches de ti
Que no me conoces ya
Que soy el hombre de antes
Disperso y agua que hierve
Púas que se olvidan
Y que no piensas.
Equivoco tu nombre sobre puentes que cuelgan muertos
En otras manos yerro
En alguna boca lo equivoco
Porque es la tuya siempre
Siempre de mi agua que hierve
Como el hombre de antes
Y que ya no, cuando no sea el ridículo
El pájaro aplastado a media calle
En el mercado una rata que se esconde
Un señor que mirando al suelo se esconde en su sombrero
El despreciable que sale discretamente por la puerta de atrás.
Y es que no sé
Cuánto es que a ti te busco
O que haciéndolo
Requiera mi nombre
Yo soy Gabriel.
En tu aliento el abrazo
Y en tu brazo mi fuerza
Y doy tumbos y tumbas
Muerto por las noches de ti
Que no me conoces ya
Que soy el hombre de antes
Disperso y agua que hierve
Púas que se olvidan
Y que no piensas.
Equivoco tu nombre sobre puentes que cuelgan muertos
En otras manos yerro
En alguna boca lo equivoco
Porque es la tuya siempre
Siempre de mi agua que hierve
Como el hombre de antes
Y que ya no, cuando no sea el ridículo
El pájaro aplastado a media calle
En el mercado una rata que se esconde
Un señor que mirando al suelo se esconde en su sombrero
El despreciable que sale discretamente por la puerta de atrás.
Y es que no sé
Cuánto es que a ti te busco
O que haciéndolo
Requiera mi nombre
Yo soy Gabriel.
Soy contigo y solo siempre
Soy contigo y solo siempre
Hombre que me sigue o que persigo
El de algunos días azul,
Y de púrpura de pronto
El de las dos cosas a un tiempo
Ira gustosa y dolor de herir.
Par de mí nunca solo
Y noción de lo que se mueve
Vida y cáncer
Salud y muerte
A diestra la navaja
Y estribor lleno de muertos
La derecha en plan perverso
Maravillada en sus efectos;
Pero colmen sus virtudes
Una diestra de licor
Una tierna en el bolsillo
Con las flores y el frescor
O es la diestra la malvada
O la zurda mi pesar
O es que nunca he habitado
Esta vida de matar
Que jamás me he abandonado
Que no sé si ya me fui
Que yo nunca me ha dejado
Que no soy yo ese yo
Soy un náufrago y un pirata
Soy la víctima y ladrón
En el ese de ser ese
De la gente que yo soy
Uno nunca me acompaña
Pero fiel de mí me doy
Soy indómito y colmillo
Yo soy este que no soy
Habla uno de ellos: Primera fuerza
Ego de mí en donde nadie habita
Do se inculca menta y bosque
Y la carne cruda en privilegio
Do se mata siempre alegre
Do se muere con dolor
Habla otro de mí:
Estirpe mía
Que trunca pájaros con su llanto,
Que trama el mal con justicia
Contrito retoma sangre
Y enhebra hilo de atrición
Oxímoron de un gemelo
Que vive donde a diario muere.
Duele aquí secular el que vive,
Que no asciende ni perdona
Que esta voz traficante
Apenas en el sueño de un tirano
Furtiva dice cuanto llora.
Hombre que me sigue o que persigo
El de algunos días azul,
Y de púrpura de pronto
El de las dos cosas a un tiempo
Ira gustosa y dolor de herir.
Par de mí nunca solo
Y noción de lo que se mueve
Vida y cáncer
Salud y muerte
A diestra la navaja
Y estribor lleno de muertos
La derecha en plan perverso
Maravillada en sus efectos;
Pero colmen sus virtudes
Una diestra de licor
Una tierna en el bolsillo
Con las flores y el frescor
O es la diestra la malvada
O la zurda mi pesar
O es que nunca he habitado
Esta vida de matar
Que jamás me he abandonado
Que no sé si ya me fui
Que yo nunca me ha dejado
Que no soy yo ese yo
Soy un náufrago y un pirata
Soy la víctima y ladrón
En el ese de ser ese
De la gente que yo soy
Uno nunca me acompaña
Pero fiel de mí me doy
Soy indómito y colmillo
Yo soy este que no soy
Habla uno de ellos: Primera fuerza
Ego de mí en donde nadie habita
Do se inculca menta y bosque
Y la carne cruda en privilegio
Do se mata siempre alegre
Do se muere con dolor
Habla otro de mí:
Estirpe mía
Que trunca pájaros con su llanto,
Que trama el mal con justicia
Contrito retoma sangre
Y enhebra hilo de atrición
Oxímoron de un gemelo
Que vive donde a diario muere.
Duele aquí secular el que vive,
Que no asciende ni perdona
Que esta voz traficante
Apenas en el sueño de un tirano
Furtiva dice cuanto llora.
Kalimán
KALIMÁN
Sentado al borde de su silla, Alberto chasqueó sus nudillos con impaciencia y aguzó el oído. Luego se mordió las uñas nuevamente. Sudaba. Con un acento tembloroso de emoción, la voz del aparato describía el alboroto que la presencia de un extraño en el castillo había despertado entre las fieras que custodiaban. El hombre increíble había llegado. Bartok, la criatura de la noche, lo supo en el acto. Se dirigió a su recámara sepulcral para disponer el menaje de muerte y cebar la trampa para su enconado enemigo.
En los sótanos del oscuro castillo, la sujeción que ejercían amarras, el tormento que infligían picas y torniquetes, y la calamidad que imponían hierros candentes, impedían y apartaban a Jim Preston de su propósito primero: salir heroico. Y antes que ser salvador, el martirizado ya pedía para sí rescate. Mientras, el hombre de acero subía los muros exteriores del castillo escalándolos tan sólo con la fuerza de sus dedos.
Pero más que el superhéroe y más que el propio Jim Preston, se esforzaba el narrador; no por resolver querella ni por superar tortura, sino por tener referidos todos los eventos que casi a un tiempo ocurrían, dichos cabales y siempre a voz frenética, con la cual, sin perder punta ni cabo, todo describía y enteraba, sin restar por la precipitación elocuencia, ni sumar por la excitación embuste, dejándolo todo puntual y como si fuera visto, y diciendo cada palabra tan en caso, que sucedía algunas veces que se firmaba el hacer con el decir.
En tanto, en la habitación extrema de una de las garitas portentosas que subían hasta el cielo negro de nubes espesas, la hermosa Rude Tornel lloraba sin poder gritar socorro por tener la garganta anegada con lágrimas y sollozos.
Todo así, tenso y a punto de suceder.
Una sospecha entonces, un demonio, se apoderó de Jim Preston y, sin más testigos que Alberto, desde ese momento dejó perder los últimos arrestos que acaso le quedaran, necesarios para salir del trabajo en que se hallaba. Dudó de la fidelidad de la bella Rude Tornel, y la sola suspicacia refinó su tormento. Maldijo su suerte. Entonces, postrado como estaba y más abatido que nunca, le dedicó con frialdad un pensamiento más bien nostálgico y postrero. Alberto lo supo. Indignado, se retiró de la bocina. Se incorporó y con el puño colérico golpeó fuertemente la pared. Consideró más infamia que injusticia aquel barrunto y quiso entonces rivalizar con el joven Jim Preston y, por sí solo, combatir al conde Bartok para liberar a Rude Tornel. No pudo: en el momento en que Alberto entraba a la estancia del conde vampiro, portando la estaca que clavaría en el corazón púrpura de Bartok, Kalimán apagó la radio.
Sentado al borde de su silla, Alberto chasqueó sus nudillos con impaciencia y aguzó el oído. Luego se mordió las uñas nuevamente. Sudaba. Con un acento tembloroso de emoción, la voz del aparato describía el alboroto que la presencia de un extraño en el castillo había despertado entre las fieras que custodiaban. El hombre increíble había llegado. Bartok, la criatura de la noche, lo supo en el acto. Se dirigió a su recámara sepulcral para disponer el menaje de muerte y cebar la trampa para su enconado enemigo.
En los sótanos del oscuro castillo, la sujeción que ejercían amarras, el tormento que infligían picas y torniquetes, y la calamidad que imponían hierros candentes, impedían y apartaban a Jim Preston de su propósito primero: salir heroico. Y antes que ser salvador, el martirizado ya pedía para sí rescate. Mientras, el hombre de acero subía los muros exteriores del castillo escalándolos tan sólo con la fuerza de sus dedos.
Pero más que el superhéroe y más que el propio Jim Preston, se esforzaba el narrador; no por resolver querella ni por superar tortura, sino por tener referidos todos los eventos que casi a un tiempo ocurrían, dichos cabales y siempre a voz frenética, con la cual, sin perder punta ni cabo, todo describía y enteraba, sin restar por la precipitación elocuencia, ni sumar por la excitación embuste, dejándolo todo puntual y como si fuera visto, y diciendo cada palabra tan en caso, que sucedía algunas veces que se firmaba el hacer con el decir.
En tanto, en la habitación extrema de una de las garitas portentosas que subían hasta el cielo negro de nubes espesas, la hermosa Rude Tornel lloraba sin poder gritar socorro por tener la garganta anegada con lágrimas y sollozos.
Todo así, tenso y a punto de suceder.
Una sospecha entonces, un demonio, se apoderó de Jim Preston y, sin más testigos que Alberto, desde ese momento dejó perder los últimos arrestos que acaso le quedaran, necesarios para salir del trabajo en que se hallaba. Dudó de la fidelidad de la bella Rude Tornel, y la sola suspicacia refinó su tormento. Maldijo su suerte. Entonces, postrado como estaba y más abatido que nunca, le dedicó con frialdad un pensamiento más bien nostálgico y postrero. Alberto lo supo. Indignado, se retiró de la bocina. Se incorporó y con el puño colérico golpeó fuertemente la pared. Consideró más infamia que injusticia aquel barrunto y quiso entonces rivalizar con el joven Jim Preston y, por sí solo, combatir al conde Bartok para liberar a Rude Tornel. No pudo: en el momento en que Alberto entraba a la estancia del conde vampiro, portando la estaca que clavaría en el corazón púrpura de Bartok, Kalimán apagó la radio.
domingo, 27 de septiembre de 2009
La pata de la cama
Hoy en la mañana, luego de levantarme hecho resaca de lunes, cuando volvía del baño, me di un gran golpe con la pata de la cama en el dedo meñique del pie. Supe entonces que en la noche confirmaría lo que siempre confirmo a cada paso: nada de la ropa combina, el refrigerador vacío, estados de cuenta vencidos y notas amenazantes al pie de la puerta, la llamada esa que nunca llega, sin gasolina el coche… en fin, que ya iba teniendo el mal día que los lunes son.
En la jornada todo fue café tibio, unas galletitas, perder el tiempo en correos inútiles, conspirar cobardemente platicando con mis compañeros respecto de las dolencias de don Fernando, sus achaques, sus impulsos y sus avaricias. Ir, como única victoria, sin que nadie me viera, al baño a fumar, leyendo la Ética de Aristóteles, meditar sobre las apetencias y la voluntad rascándome la barba; sonreír de lado cuando algún desesperado golpea la puerta para apresurar que ya salga, salir del baño y volver a mi lugar sin que nadie notara que era yo…
La gran aventura del día, decir: “ahorita vengo, voy a la tienda”, para pedir permiso sin pedirlo expresamente; preguntar luego: “¿No se les ofrece nada?”, para decir en realidad: “Soy servil y soy humilde, no pueden negarme la salida, la gloria de la salida a la tienda, mi recreo de quince minutitos”.
Unos Pingüinos para Jorge, unas papas para Gina, y una Coca para don Roberto, tanto más tanto… el cambio: no hay cambio. No sobrará. Porque no hay cambio en los lunes. Los lunes son para confirmar que la camisa recién apesta a orines con el sudor de haber caminado; son para platicar con un viejito avaricioso que acude a su oficina para contar su dinero y leer el periódico sin que se diga que los años lo han vencido, que ya no puede trabajar; son para saberse irremediablemente solo y miserable; son para servir al jefe: sonrisita para cuando se queje de los precios, de lo mal que trabajamos; cejita levantada en hipócrita admiración para cuando me cuente la terrible angustia que le ocasiona no tener forma de pasar el fin de semana en la playa, ni de salir bordo de su flamante BMW; la noticia de circunstancial pobreza que tendría que darle a su hija, su muy jovencita hija, porque los mayores, los ingratos hijos del divorcio, esos sí que tenían; en fin, que su voz iba haciéndose un canal en donde el sonido rebota, y en una gotita de sudor que en la frente como playa le empezó a nacer a don Fernando, yo podía verme poco a poco bailando una cancioncita brasileña, en la arena ardiente, junto a Mónica. Pero no era La chica de Ipanema, La voz era una canción que desde el fondo de las olas cantaba un delfín.
Pero el augurio de la mañana y cada pequeña conspiración en mi contra me hicieron sentir nostalgia de lo que se añora, la evasión ante la belleza… hacía mucho tempo que no saludaba a Mónica; la recuerdo desnuda, con su pecho enhiesto, al aire, provocante, vigoroso, violento y como ariete. La recuerdo entre las botellas que aquella noche me tomé, las que me hundí en el pecho para no ser otra vez este yo, acto que se comete contra “quien me la va a pagar”, sin que importe el individuo; para no recordar que la llamada de alguien más que ya no es, no llegará.
Mónica: apenas segunda cita, encuentro furtivo lejos de su casa, cerveza en mano, musiquita suave en el coche, lugar oscuro, mesa pequeña, cena ligera, vodka, la cuenta, la hora, el remordimiento, el novio, el novio jamás se menciona, además acaso lo merezca, más vodka, camino a mi casa, una botella, unos cigarros y baile suave, el botón que se rompe, tómate otra, no me muerdas, vértigo, luces que giran, la noche, trepidación, un agujero negro se abre en el pecho del mundo, después de esto qué, me tengo que ir, ya llévame, aquí déjame, pero me llamas… Me llamas…
Ahora el teléfono tenía su aroma, el de esa noche hace seis meses. Despacio levanto el auricular, marco nueve. El tono del teléfono se abre desde el aparato como una puerta. Don Fernando estornuda y cuelgo de inmediato. Vuelvo a la pantalla, cierro las ventanas de la computadora que no sean documentos. “Salud”, digo casi melódico. Nadie contesta. Un silencio sonoro y sólido poco a poco se levanta del piso, se coloca en la cabeza de todos, se hace grumo y barrotes, insecticida que sofoca, para luego acabar de súbito con el golpe de la puerta de un privado: El Privado. Una linda forma de libertad comienza ya con los murmullos. Todos somos democráticos entonces, y hasta nos queremos. Tomo nuevamente la bocina. En este instante de eternidad soy invencible y sea mi voluntad sobre todas las cosas. Marco nueve.
Marco ahora que soy lunes, y para no ser lo que no soy sin la que no llamará. Mónica ahora noche y alcohol, como entonces, Mónica Mariposas y vellón violento. Marco ahora todo vuelto lunes sin remedio, que mañana naceré nuevo en martes, aunque no en el mío. Aunque sean dos martes los que tiburones me aguardan. Daré mi carne al martes que soy lleno de compromisos sin cumplir. Marco pues.
— Hola… ¿Cómo estás?
— Bien ¿y tú?…
— Bien también… ¿Qué haces…?
— Nada… Acá…
— ¿Estás ocupada?
— … No, aquí nomás…
— Estoy siendo inoportuno, No puedes hablar…
— Este… pues aquí… checando…
— Ah órale; mejor te marco luego ¿va?
— Bien, bien, gracias, ¿y tú? Sí… Es que… [Muy despacio] no puedo hablar… sale… pero de verdad me llamas…
— Claro… te llamo…
— Adiós
— Bay
Lo mismo de siempre… Se levanta el telón y aparece el mismo idiota ante el espejo que se refleja en la cara de todas las personas. Yo igual a yo mismo. Debí pedirle que fuera mi novia, debí decírselo a tiempo, debí esperar, debí no tener novia entonces, debí no debí esperar ahora una llamada imposible…
En fin, me entrego a la proeza de regresar a la tienda sin permiso ni preguntas, de ser el rebeldito de la oficina, el que se atreve a meter cerveza de contrabando, porque seguro nadie más maneja programas en inglés, y por supuesto que saben que supongo que no saben que cuando se ha ido don Fernando me voy a la tienda con la mochila llena de envases cervezas; saben que supongo que saben que las botellas hacen clink clink clink, y por eso me tropiezan, estorban mi paso y tratan de moverme, buscan mi escarnio; saben que en la noche cuando salgo de mi turno, entrego mis reportes en la ventanilla equivocada para corregirlos mañana cuando llegue más temprano. En fin, ésta es la tercera cerveza y el universo se me abre al frente de la pantalla, profundamente arraigado a un sujeto que me contiene, como una piedra fría en la noche ante la ilusión de un infinito falso.
Son las ocho. Dándome el lujo de pronunciar mis tropiezos cuando nadie los pueda ver, hago alarde de mi equilibrio. Tomo las llaves del coche y voy a la casa de mi novia.
Un beso merecido me recibe. Unos brazos que venían desde la Biblia me guían hasta la sala, me preguntan si tengo hambre… ¡pero claro!: con lo abrumador del trabajo, con lo inmensamente agotador de mi jornada, con la tristeza que me cargo…
Entonces me lleva a la cocina. Calienta un par de quesadillas. Su teléfono celular suena… Ella me mira de reojo… se da la vuelta, me da la espalda… las quesadillas frías, mal cocinadas… digo chingado despacito, porque soy muy hombre… los ojos de ella mirando la orilla de la estufa…
— [Silencio]
— Bien ¿y tú?…
— [Silencio]
— Nada… Acá…
— [Silencio]
— … No, aquí nomás…
— [Silencio]
— Este… pues aquí… checando…
— [Silencio]
— Bien, bien, gracias, ¿y tú? Sí… Es que… [Muy despacio] no puedo hablar… sale… pero de verdad me llamas…
— [Silencio]
— Adiós…
Me quedé un momento en silencio, masticando el último bocado de quesadilla. “¿Quién era?” le pregunté. Sólo nombres míos me dijo: Egoísta, Machista, Celoso Inseguro, Don Más Celoso, Neurótico, bla, bla, bla, bla. Salí de su casa sin saber bien de qué parte estaba enojado.
Cuando llegué a mi casa, al salir del baño, un nuevo golpe en la pata de la cama me lo recordó todo. Entonces sí, solo, contra la cama grité muy fuerte ¡Chingado!
En la jornada todo fue café tibio, unas galletitas, perder el tiempo en correos inútiles, conspirar cobardemente platicando con mis compañeros respecto de las dolencias de don Fernando, sus achaques, sus impulsos y sus avaricias. Ir, como única victoria, sin que nadie me viera, al baño a fumar, leyendo la Ética de Aristóteles, meditar sobre las apetencias y la voluntad rascándome la barba; sonreír de lado cuando algún desesperado golpea la puerta para apresurar que ya salga, salir del baño y volver a mi lugar sin que nadie notara que era yo…
La gran aventura del día, decir: “ahorita vengo, voy a la tienda”, para pedir permiso sin pedirlo expresamente; preguntar luego: “¿No se les ofrece nada?”, para decir en realidad: “Soy servil y soy humilde, no pueden negarme la salida, la gloria de la salida a la tienda, mi recreo de quince minutitos”.
Unos Pingüinos para Jorge, unas papas para Gina, y una Coca para don Roberto, tanto más tanto… el cambio: no hay cambio. No sobrará. Porque no hay cambio en los lunes. Los lunes son para confirmar que la camisa recién apesta a orines con el sudor de haber caminado; son para platicar con un viejito avaricioso que acude a su oficina para contar su dinero y leer el periódico sin que se diga que los años lo han vencido, que ya no puede trabajar; son para saberse irremediablemente solo y miserable; son para servir al jefe: sonrisita para cuando se queje de los precios, de lo mal que trabajamos; cejita levantada en hipócrita admiración para cuando me cuente la terrible angustia que le ocasiona no tener forma de pasar el fin de semana en la playa, ni de salir bordo de su flamante BMW; la noticia de circunstancial pobreza que tendría que darle a su hija, su muy jovencita hija, porque los mayores, los ingratos hijos del divorcio, esos sí que tenían; en fin, que su voz iba haciéndose un canal en donde el sonido rebota, y en una gotita de sudor que en la frente como playa le empezó a nacer a don Fernando, yo podía verme poco a poco bailando una cancioncita brasileña, en la arena ardiente, junto a Mónica. Pero no era La chica de Ipanema, La voz era una canción que desde el fondo de las olas cantaba un delfín.
Pero el augurio de la mañana y cada pequeña conspiración en mi contra me hicieron sentir nostalgia de lo que se añora, la evasión ante la belleza… hacía mucho tempo que no saludaba a Mónica; la recuerdo desnuda, con su pecho enhiesto, al aire, provocante, vigoroso, violento y como ariete. La recuerdo entre las botellas que aquella noche me tomé, las que me hundí en el pecho para no ser otra vez este yo, acto que se comete contra “quien me la va a pagar”, sin que importe el individuo; para no recordar que la llamada de alguien más que ya no es, no llegará.
Mónica: apenas segunda cita, encuentro furtivo lejos de su casa, cerveza en mano, musiquita suave en el coche, lugar oscuro, mesa pequeña, cena ligera, vodka, la cuenta, la hora, el remordimiento, el novio, el novio jamás se menciona, además acaso lo merezca, más vodka, camino a mi casa, una botella, unos cigarros y baile suave, el botón que se rompe, tómate otra, no me muerdas, vértigo, luces que giran, la noche, trepidación, un agujero negro se abre en el pecho del mundo, después de esto qué, me tengo que ir, ya llévame, aquí déjame, pero me llamas… Me llamas…
Ahora el teléfono tenía su aroma, el de esa noche hace seis meses. Despacio levanto el auricular, marco nueve. El tono del teléfono se abre desde el aparato como una puerta. Don Fernando estornuda y cuelgo de inmediato. Vuelvo a la pantalla, cierro las ventanas de la computadora que no sean documentos. “Salud”, digo casi melódico. Nadie contesta. Un silencio sonoro y sólido poco a poco se levanta del piso, se coloca en la cabeza de todos, se hace grumo y barrotes, insecticida que sofoca, para luego acabar de súbito con el golpe de la puerta de un privado: El Privado. Una linda forma de libertad comienza ya con los murmullos. Todos somos democráticos entonces, y hasta nos queremos. Tomo nuevamente la bocina. En este instante de eternidad soy invencible y sea mi voluntad sobre todas las cosas. Marco nueve.
Marco ahora que soy lunes, y para no ser lo que no soy sin la que no llamará. Mónica ahora noche y alcohol, como entonces, Mónica Mariposas y vellón violento. Marco ahora todo vuelto lunes sin remedio, que mañana naceré nuevo en martes, aunque no en el mío. Aunque sean dos martes los que tiburones me aguardan. Daré mi carne al martes que soy lleno de compromisos sin cumplir. Marco pues.
— Hola… ¿Cómo estás?
— Bien ¿y tú?…
— Bien también… ¿Qué haces…?
— Nada… Acá…
— ¿Estás ocupada?
— … No, aquí nomás…
— Estoy siendo inoportuno, No puedes hablar…
— Este… pues aquí… checando…
— Ah órale; mejor te marco luego ¿va?
— Bien, bien, gracias, ¿y tú? Sí… Es que… [Muy despacio] no puedo hablar… sale… pero de verdad me llamas…
— Claro… te llamo…
— Adiós
— Bay
Lo mismo de siempre… Se levanta el telón y aparece el mismo idiota ante el espejo que se refleja en la cara de todas las personas. Yo igual a yo mismo. Debí pedirle que fuera mi novia, debí decírselo a tiempo, debí esperar, debí no tener novia entonces, debí no debí esperar ahora una llamada imposible…
En fin, me entrego a la proeza de regresar a la tienda sin permiso ni preguntas, de ser el rebeldito de la oficina, el que se atreve a meter cerveza de contrabando, porque seguro nadie más maneja programas en inglés, y por supuesto que saben que supongo que no saben que cuando se ha ido don Fernando me voy a la tienda con la mochila llena de envases cervezas; saben que supongo que saben que las botellas hacen clink clink clink, y por eso me tropiezan, estorban mi paso y tratan de moverme, buscan mi escarnio; saben que en la noche cuando salgo de mi turno, entrego mis reportes en la ventanilla equivocada para corregirlos mañana cuando llegue más temprano. En fin, ésta es la tercera cerveza y el universo se me abre al frente de la pantalla, profundamente arraigado a un sujeto que me contiene, como una piedra fría en la noche ante la ilusión de un infinito falso.
Son las ocho. Dándome el lujo de pronunciar mis tropiezos cuando nadie los pueda ver, hago alarde de mi equilibrio. Tomo las llaves del coche y voy a la casa de mi novia.
Un beso merecido me recibe. Unos brazos que venían desde la Biblia me guían hasta la sala, me preguntan si tengo hambre… ¡pero claro!: con lo abrumador del trabajo, con lo inmensamente agotador de mi jornada, con la tristeza que me cargo…
Entonces me lleva a la cocina. Calienta un par de quesadillas. Su teléfono celular suena… Ella me mira de reojo… se da la vuelta, me da la espalda… las quesadillas frías, mal cocinadas… digo chingado despacito, porque soy muy hombre… los ojos de ella mirando la orilla de la estufa…
— [Silencio]
— Bien ¿y tú?…
— [Silencio]
— Nada… Acá…
— [Silencio]
— … No, aquí nomás…
— [Silencio]
— Este… pues aquí… checando…
— [Silencio]
— Bien, bien, gracias, ¿y tú? Sí… Es que… [Muy despacio] no puedo hablar… sale… pero de verdad me llamas…
— [Silencio]
— Adiós…
Me quedé un momento en silencio, masticando el último bocado de quesadilla. “¿Quién era?” le pregunté. Sólo nombres míos me dijo: Egoísta, Machista, Celoso Inseguro, Don Más Celoso, Neurótico, bla, bla, bla, bla. Salí de su casa sin saber bien de qué parte estaba enojado.
Cuando llegué a mi casa, al salir del baño, un nuevo golpe en la pata de la cama me lo recordó todo. Entonces sí, solo, contra la cama grité muy fuerte ¡Chingado!
Gómez y Ramírez
Ramírez al conmutador con voz agudísima: “¡Gómez, venga inmediatamente a mi privado!”. Puerta cerrada. Se filtran la renta, los hijos, las medicinas, las deudas de Gómez; se cuela por el friso de la puerta como miedo entre todos el niño Gómez en la primaria; pero nada. Sale lloroso y todos tiemblan. Entonces el conmutador suena nuevamente; ahora es en el privado de Ramírez. Ramírez se estremece…
A cualquier parte que vaya
Viene un grumo gris
Hidrante
Denso y lleno de cosas que nunca terminan de pasar
Caen sobre él las cosas
No la lluvia
Y sobre los hombros se hacen remolinos
Sobre cada cosa que recuerda
Lluvia
Después… la cortina negra, la noche sin ser noche
Duerme y el sol sin ser sol nace de nuevo.
No hay ya la lluvia de hace un rato
Y el frío se mete entre en forro de la chamarra de piel y la mía
Lentamente
Yo comienzo mi camino a casa
Lo que hay afuera hay adentro
Y las piedras de la calle son una parte de mi hígado
Un pie bondadoso a la derecha y otro siniestro a la izquierda
Y vuelve a llover;
La calle llena de brillo
Y una cucharada de agua
Hace de mí agua
A cualquier parte que mi pie vaya
Derecho
Mi pensamiento de conveniencias en pos apuesta.
Mi planta izquierda pisa prados
Generalmente prohibidos.
Tres sorbos y hay que caminar hasta casa
A donde vaya
Veo mi pie izquierdo, lleno de mujeres
A mujeres llenas de mi paso…
Veo atrás de una vitrina y creo que con ellas me veo atrás de una vitrina
Mi pie diestro,
Canta una canción
Pares y nones voy a casa y duermo
Voy a un cadalso que no termina
Porque es lento y parcial
Hace de noches alfanje a plazo
Mella cuchillos y muertes definitivas
Llego, y sigo al salir del bar;
Estoy en el bar, pero sé que ya he recostado mi cabeza en la almohada,
Y que la navaja cortará, corta y cortó;
En el momento en que justamente me despierto,
Salgo de casa
Con rumbo a la cantina.
Hay alguien que entre sorbos piensa que está en casa a punto de ser decapitado
Hay alguien que está en su casa pensando.
Hay alguien que está pensando que piensa que es decapitado;
Y sin embargo, se mueve.
Viene un grumo gris
Hidrante
Denso y lleno de cosas que nunca terminan de pasar
Caen sobre él las cosas
No la lluvia
Y sobre los hombros se hacen remolinos
Sobre cada cosa que recuerda
Lluvia
Después… la cortina negra, la noche sin ser noche
Duerme y el sol sin ser sol nace de nuevo.
No hay ya la lluvia de hace un rato
Y el frío se mete entre en forro de la chamarra de piel y la mía
Lentamente
Yo comienzo mi camino a casa
Lo que hay afuera hay adentro
Y las piedras de la calle son una parte de mi hígado
Un pie bondadoso a la derecha y otro siniestro a la izquierda
Y vuelve a llover;
La calle llena de brillo
Y una cucharada de agua
Hace de mí agua
A cualquier parte que mi pie vaya
Derecho
Mi pensamiento de conveniencias en pos apuesta.
Mi planta izquierda pisa prados
Generalmente prohibidos.
Tres sorbos y hay que caminar hasta casa
A donde vaya
Veo mi pie izquierdo, lleno de mujeres
A mujeres llenas de mi paso…
Veo atrás de una vitrina y creo que con ellas me veo atrás de una vitrina
Mi pie diestro,
Canta una canción
Pares y nones voy a casa y duermo
Voy a un cadalso que no termina
Porque es lento y parcial
Hace de noches alfanje a plazo
Mella cuchillos y muertes definitivas
Llego, y sigo al salir del bar;
Estoy en el bar, pero sé que ya he recostado mi cabeza en la almohada,
Y que la navaja cortará, corta y cortó;
En el momento en que justamente me despierto,
Salgo de casa
Con rumbo a la cantina.
Hay alguien que entre sorbos piensa que está en casa a punto de ser decapitado
Hay alguien que está en su casa pensando.
Hay alguien que está pensando que piensa que es decapitado;
Y sin embargo, se mueve.
Ayuna oculta voz
No recuerdo tus caderas, ni su movimiento ni su olor endemoniado
El violento golpe
La fiebre que cimbra
Que estremece la bóveda tú
Galopante saliva tú, el sudor tú en la boca estepa de mi boca,
Hilo de sabia néctar.
O el jinete yo con el mundo en mis espaldas:
Nacimiento tú desde un abismo si domo
Un abajo abisal que nos repele
Tierra feraz de mujer blanda
De planta de azúcar y guanábana que de tu boca nace
Y sube de puro peso hasta mi boca.
No tengo memoria
Del olor suave de tu vértice
Del eje de tus mitades
De las dos que eres siendo eras las que eras;
Tu vórtice venenoso
Ni su languidez madruguera;
No recuerdo el dulce par de tu pecho
Su agitación inminente
La cadencia del golpe golpe de barrancas
El asunto del frágil movimiento de araña
Lento previo
Papel de arroz que rompe un grito sordo;
Ni el mosto recuerdo
De tu vellón oculto; pero sí
Me acuerdo de ti
Cuando caen hojas pardas en la banqueta
Cuando un perro camina en la calle
Cuando recuerdo cuando me sentaba en las bancas
Cuando quería pensar en ti…
El violento golpe
La fiebre que cimbra
Que estremece la bóveda tú
Galopante saliva tú, el sudor tú en la boca estepa de mi boca,
Hilo de sabia néctar.
O el jinete yo con el mundo en mis espaldas:
Nacimiento tú desde un abismo si domo
Un abajo abisal que nos repele
Tierra feraz de mujer blanda
De planta de azúcar y guanábana que de tu boca nace
Y sube de puro peso hasta mi boca.
No tengo memoria
Del olor suave de tu vértice
Del eje de tus mitades
De las dos que eres siendo eras las que eras;
Tu vórtice venenoso
Ni su languidez madruguera;
No recuerdo el dulce par de tu pecho
Su agitación inminente
La cadencia del golpe golpe de barrancas
El asunto del frágil movimiento de araña
Lento previo
Papel de arroz que rompe un grito sordo;
Ni el mosto recuerdo
De tu vellón oculto; pero sí
Me acuerdo de ti
Cuando caen hojas pardas en la banqueta
Cuando un perro camina en la calle
Cuando recuerdo cuando me sentaba en las bancas
Cuando quería pensar en ti…
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